domingo, 13 de octubre de 2013

Globalización

Nota: Para esta investigación se ha tomado como punto de partida la caída del muro de Berlín (9 de Noviembre de 1989)

El 12 de junio de 1990, el Congreso declaró la soberanía de Rusia sobre su territorio y se adelantó a hacer leyes que procuraban desbancar algunas de las normas de la URSS.

A mediados de los años 90, Rusia era una democracia multipartidista, mas era difícil asegurar un gobierno representativo a causa de dos problemas estructurales: el enfrentamiento entre el presidente y el parlamento, y el anárquico sistema de partidos. Aunque Yeltsin ganó prestigio en el extranjero al mostrarse como un demócrata para debilitar a Gorvachov, su concepción de la presidencia era muy autocrática, actuando bien como su propio primer ministro (hasta junio de 1992) o bien nombrando para tal cargo a gente de su confianza, sin tener en cuenta al parlamento.
Mientras, la excesiva presencia de partidos minúsculos y su rechazo a formar alianzas coherentes dejaba la legislatura ingobernable. Durante 1993, el contencioso entre Yeltsin y el parlamento culminaría con la crisis constitucional de octubre. Ésta llegó a su punto crítico cuando, el 3 de octubre, Yeltsin mandó a los tanques a bombardear la Casa Blanca (Moscú). Con este trascendente (e inconstitucional) paso de disolver a cañonazos el parlamento, Rusia no había estado tan cerca del enfrentamiento civil desde la revolución de 1917. A partir de entonces, Yeltsin dispuso de entera libertad para imponer una constitución con fuertes poderes presidenciales, que fue aprobada en referéndum en diciembre de 1993. Sin embargo, el voto de diciembre también supuso un avance importante de comunistas y nacionalistas, reflejo del creciente desencanto de la población con las reformas económicas neoliberales.
Pese a llegar al poder en un ambiente general de optimismo, Yeltsin nunca recuperaría su popularidad tras apoyar la "'terapia de choque" económica de Yegor Gaidar: fin del control de precios de la era soviética, recortes drásticos en el gasto público y la apertura al comercio exterior en 1992. Las reformas devastaron inmediatamente la calidad de vida de la gran mayoría de la población, especialmente en aquellos sectores beneficiados por los salarios y precios controlados, los subsidios y el estado del bienestar de la época comunista. Rusia sufrió en la década de los noventa una recesión económica más grave que la Gran Depresión que azotó los Estados Unidos o Alemania a principios de los años 1930.
Las reformas económicas consolidaron una oligarquía semicriminal enraizada en el viejo sistema soviético. Aconsejada por los gobiernos occidentales, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, Rusia se embarcaría en la más grande y más rápida privatización jamás llevada a cabo por un gobierno en toda la historia. A mediados de década, el comercio, los servicios y la pequeña industria ya estaban en manos privadas. Casi todas las grandes empresa fueron adquiridas por sus antiguos directores, engendrando una clase de nuevos ricos cercanos a diversas mafias o a inversores occidentales. En la base del sistema, a causa de la inflación o el desempleo, muchos obreros acabaron en la pobreza, la prostitución o la delincuencia.
A pesar de todo, un supuesto regreso a la economía dirigida parecía casi imposible, contando con el rechazo unánime de Occidente. La economía Rusa encontró el fin del calvario con la recuperación a partir de 1999 en parte gracias al alza de los precios del crudo, su principal exportación aun quedando lejos los niveles de producción soviéticos.
Tras la crisis financiera de 1998 Yeltsin se encontraba en el ocaso de su trayectoria. Solo unos minutos antes del primer día de 2000, dimitió por sorpresa dejando el gobierno en manos de su primer ministro, Vladímir Putin, un antiguo funcionario del KGB y jefe de su agencia sucesora tras la caída del comunismo. En 2000, el nuevo presidente derrotó con facilidad a sus contrincantes en las elecciones presidenciales del 26 de marzo, ganando en primera vuelta. En 2004 fue reelegido con el 71% de los votos y sus aliados ganaron las legislativas, pese a las reticencias de observadores nacionales y extranjeros sobre la limpieza de los comicios. Se hizo aún más patente la preocupación internacional a finales de 2004 a causa los notables avances en el endurecimiento del control del presidente sobre el parlamento, la sociedad civil y los representantes regionales.

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